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Opinion: En los estadios sólo se permiten decir algunas ofensas por VICTOR L. RODRIGUEZ

No voy a los estadios a ver los juegos de beisbol. Este juego no está entre mis deportes favoritos. Mi asistencia a un estadio de beisbol es asunto social que ha ocurrido pocas veces en mi vida. Yo como ser racional me siento extraño entre gentes que gritan y discuten y se dicen cosas para mi inaceptable.

Del beisbol me gusta una cosa. El arsenal estadístico que hay que tener para darle seguimiento. Son formidables y sólo para expertos los datos que hay que saber para entender un juego de beisbol. Se deben saber todos los números de cada bateador o si un jugador empuja carrera. También cuál es su promedio de bateo cuando está entre tres y dos. Así, en orden inverso.

Cuando hay hombres en segunda y primera, porque cuando hay hombres en base estas también se cuentan al revés, las expectativas están en quién batea y en quién lanza. Si viene a batear un jugador que tiene delante un buen lanzador. Cuando uno ve una cuasi tristeza en los fanáticos del equipo para el cual el jugador batea se sabe que la esperanza de un sencillo es poca y las posibilidades de empujar carreras lejanas. Para obtener más datos los expertos fanáticos ven el juego en el estadio y escuchan su narración en la radio y hablan, discuten y beben porque si no el asunto se vuelve muy aburrido.

De tal forma se dicen cosas en los estadios de beisbol que me han dicho que en los play lo que te digan no te debe ofender. Los fanáticos que van a los estadios tienen una regla ineludible. En el play no hay ofensa. Nadie se ofende y todo pasa. Todas las ofensas dichas en los estadios pasan al olvido cuando termina el partido. Lo que son de un equipo y lo que son de otro no se ofende por lo que se diga en el fervor del juego, porque es asunto del play y ahí se queda. Lo que debe entenderse.

Si te atacan en lo más sagrado y te mencionan tu madre, sabes que eso sucede en el play. La única respuesta es uno decir algo también. Pero todo eso cambió porque a un diputado le dijeron ladrón. Lo que debió ser un juego tranquilo se alteró por la llegada de tropas a llevarse al fanático que dicen le dijo a un diputado ladrón. Es obvio que el diputado no pudo responder. No podía decirle al fanático para ofenderlo una verdad igual. Tampoco sabía si tenía madre o si la novia del fanático lo engañaba con otro. Sus dudas eran incomparables con lo cierto de la delación de fanático, que fue premiada con la cárcel

Cuando al diputado le dijeron ladrón no pudo responder con un truco de abogados, que es confundirlo todo cuando se está perdiendo el pleito. J. K. Galbraith decía que la opulencia atrofia la inteligencia, claro, para que eso suceda previamente hay que ser inteligente. Nadie debió sentirse ofendido porque la verdad no ofende y lo que se dice a voces se pierde. Así, lo que se dice en un estadio es efímero. El diputado debió quedarse tranquilo ante imposibilidad de delatar al fanático en un hecho que también fuera cierto y que como pecado tuviera la misma fuerza que los escritos en los diez mandamientos. Un hecho por el cual el fanático tuviera la necesidad de sentirse ofendido o simularlo con el histrionismo al que los políticos nos tienen acostumbrados.

Cuando los acusan de cleptómanos, que es una enfermedad curable, los políticos que ejercen funciones públicas se enojan y piensan en sus familias y es menos recordarles sus madres que de ladrón acusarlos. Creo que lo dijo Maquiavelo: La familia de un hombre se puede atacar y matar a sus miembros, pues es una ofensa que se olvida, pero no ataque a un hombre en sus posesiones porque siempre guardará rencor y ganas de vengarse.

Señalar a alguien como ladrón cuando posiblemente lo sea es atacar su riqueza, que parece bien obtenida, porque superó la estupidez de los otros. La de los honrados. La de aquellos que tienen arraigados en sus recuerdos los fuetazos cuando llegaron a sus casas con una cosa de la que no podían explicar y justificar su origen y con un lo encontré no era suficiente. Todo antes de que existiera la lucha contra el lavado de activo, únicamente existía la autoridad de padres que tenían la honradez entre sus bienes y la exhibían lleno del orgullo evitando que un hijo la mancillara.

Un fanático debe saber que con la fama de los hombres no se juega, más si es un ataque directo a sus posesiones. Por una ofensa igual irá preso a la cárcel del cuartel del barrio del diputado y quedará detenido en la circunscripción donde el diputado ha hecho su vida. Cuartel que al diputado le debe ser familiar, donde tal vez entra y saca personas, con una edificación que algún día en digno homenaje quizás tenga su nombre. Lugar que demuestra que no siempre fue rico, pero que ahora lo es.

Ahora se sabe, al fanático que ofende lo pueden llevar a la calle 40, de Cristo Rey, de tenebrosos recuerdos, haciendo trizas todas las peroratas orales y escritas sobre el estado de derecho. Tal domino territorial de un diputado puede explicar porque al fanático no lo llevaron al cuartel de Naco, sin duda de mejor acceso y más cercano. Para que aprenda lo que dijo Maquiavelo y diga sólo lo que en el play está permitido. En el estadio viendo un juego de beisbol recuérdele a cualquiera su madre y no le hable nunca del origen de sus bienes.

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