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Opinión: El patriota de hojalata y el auténtico patriota

Por: Cassandro Fortuna

Es triste decirlo, pero en nuestro país hay personas que consideran que la matanza de haitianos perpetrada por órdenes de Trujillo en 1937 fue una acción acertada. Quienes albergan ese criterio están equivocados. Desde que Maquiavelo utilizó la razón de Estado como factor para justificar ciertas acciones, son muchos los trozos de la historia que pretenden se le juzgue con esos parámetros. El problema está en determinar si se trata de acciones legítimas o por el contrario de iniciativas contrarias a los intereses que defiende el propio Estado.

El cardenal Richelieu, quien se estima fue uno de los que más usó dicha fórmula, consideraba que acudir a la razón de Estado solo estaba justificado si con ello se eliminaba un mal menor para evitar un mal mayor.

La matanza de haitianos del año 37 fue completamente innecesaria. En vez de ordenar su ejecución lo que procedía era repatriarlos. Pero ocurre que Trujillo actuó como el déspota que era. Un estadista jamás habría actuado de ese modo. La orden de asesinarlos en masa como medida para amedrentarlos fue un exceso que solo dejó un sabor amargo en la historia de ambos pueblos. Y ya sea que se esté de acuerdo, o no, se trató de una acción parecida a la de Hitler con los judíos. El asesinato en masa ordenado por Trujillo, igual que el dispuesto por Hitler, fue un genocidio. Ello así porque se dispusieron en contra de los miembros de una misma raza o etnia. De acuerdo con el derecho internacional ese el nombre de ese tipo de masacre, que también son denominadas como crímenes de lesa humanidad. Aunque gente cercana a Trujillo justificó tan aberrante orden, la posteridad la ha condenado. Muchos colaboradores de Hitler tampoco entendieron para qué este ordenó el establecimiento de aquellos campos de concentración, y el exterminio de millones de personas. No comprendieron de qué forma beneficiaba esa acción sus propósitos. Lo mismo vale para la conducta de Trujillo. Se ha dicho que el dictador dominicano mandó a matar las familias haitianas que vivían en la zona fronteriza como una respuesta a la queja de los lugareños que estaban enojados debido a que los haitianos les robaban sus pertenencias, especialmente ganado.

En nuestro país hay millones de dominicanos que rechazan profundamente a los haitianos. Dominicanos que padecen de una mala formación sobre lo que es el patriotismo. El anti haitianismo no es patriotismo. Eso es discriminación. Ciertamente, el tanto fustigar a los haitianos calificándolos de ladrones, brujos, africanos, negros, malvados, invasores… le ha dado vida a un sentir nacional, que goza de una subjetividad espantosa, generadora de un odio visceral injustificable e inaceptable, y que en el fondo tiene el sello del racismo, y que se ha convertido en una norma de vida del pueblo dominicano en sentido general.Lo que muchos no saben es que en otras naciones tratan de esa misma forma a los dominicanos, por una razón sencilla: los ven como inmigrantes "buscavidas". Es decir, nos pagan con la misma moneda que nosotros le pagamos a los haitianos. Ellos con sus razones, y nosotros con las nuestras, pero en ambos casos, con razones equivocadas. La diferencia, sin embargo, radica en que los dominicanos tienen un mayor nivel educativo que los haitianos. Estos provienen de un Estado fallido y tienen múltiples limitaciones, desde las económicas, en el orden material, hasta otras muy personales.

Por otra parte, ya se ha dicho, y se entiende, que es natural que las controversias históricas hayan producido ronchas entre los habitantes de ambos pueblos. Pero como hemos establecido  la historia es dinámica y las razones que le dieron vida a las llamadas invasiones haitianas del pasado, incluyendo la de Boyer, hace más de un siglo que desaparecieron y por lo tanto un estado de ánimo orientado en esa dirección está desfasado. Quien considera que estar contra Haití es una forma de expresar patriotismo y solidaridad con la causa de los Trinitarios que hicieron posible la Independencia Nacional en 1844, están equivocados. La obra  de los Trinitarios se cumplió cabalmente en su tiempo, y los dominicanos la continuamos en 1861, en la lucha contra Santana y la anexión a España, y la seguimos luego en  1916 y 1965, durante las invasiones norteamericanas. Así mantenemos nuestra independencia, la cual no está en juego.

Haití, sin embargo, continúa siendo un problema para nosotros; pero es debido a su pobreza. Un factor muy serio, por cierto, pues la pobreza es resultado de muchos males, y genera muchos perjuicios. Si Haití fuera un país rico, como ocurría cuando era Saint Domingue, como colonia francesa, otra fuera la historia. En aquel entonces nosotros éramos el almacén de los franceses y le vendíamos de todo: desde soga hasta ganado, y ellos tenía un mayor desarrollo económico. Al componente de la pobreza se le suma el étnico o racial.Si en lugar de afro descendientes en aquel país hubiese franceses, blancos y rubios, otra fuera la historia. Tal vez  los discriminados hubiésemos sido nosotros. Y es ahí donde tenemos que concentrar nuestras energías. Comprender en donde se encuentra el mal de fondo entre estos dos pueblos para elaborar la respuesta adecuada.  Se necesitara de pragmatismo y del concurso de personas inteligentes e instruidas. Los fanáticos e ignorantes no pueden estar en este proyecto porque meterían la pata y harían recomendaciones equivocadas. Con la matanza de haitianos Trujillo se creó un tremendo problema internacional y es uno de los grandes estigmas de su gobierno despótico.

Dominicanos y haitianos tenemos que entendernos, en el mejor sentido de la palabra. No hay ninguna otra solución más satisfactoria. Continuar de espaldas es impensable. Andarnos con paños tibios seria retrasar unas relaciones que deben ser francas y transparentes y tan profundas como sea posible. Ya en 1945 Peña Batlle, reconocido como uno de los grandes cerebros del anti haitianismo, luego de analizar a profundidad las relaciones históricas de ambos pueblos y las grandes limitaciones de Haití para sobrevivir en un país donde “la depauperación, la miseria y la incapacidad productiva de cuatro millones de seres arrinconados en un extremo de la isla, sin capa vegetal explotable, sin subsuelo útil y sin riqueza industrial posible, constituyen para nuestro país una permanente y trágica amenaza (…). Esa lucha, tan sorda como intensa, no podrá resolverse sino en uno de estos dos sentidos: o se fusionan en una sola entidad social los elementos que la sostienen (solución haitianizante) o se divorcian con carácter total o absoluto, para que unos permanezcan dentro de sus linderos, solución dominicana poco menos que imposible, porque ni la historia ni la biología pueden constituirse en expresión estática de dos pueblos cuya expresión está contenida por la geografía. Somos una isla y no podemos colonizar el mar; por obligación tenemos que encontrarnos, haitianos y dominicanos, en el pequeño espacio de la tierra común[1]. A lo dicho por Peña Batlle, el escritor dominicano Federico Henríquez Grateraux le añadió este interesante comentario: “Quiere decir que Peña Batlle vio claramente en 1945 un problema que, ahora, en los últimos años, es cuando lo está empezando a comprender un puñado del pueblo dominicano. Peña Batlle nunca dijo que había que exterminar a los haitianos. Hablaba de una tierra común y de responsabilidad política de los dominicanos”[2].

Creo que ese puñado de dominicanos a los que se refiere el señor Henríquez Grateraux, y entre los que se quiere encontrar el autor de este libro, tenemos la responsabilidad de contribuir a eliminar la percepción equivocada del pueblo haitiano que tiene el grueso de la población dominicana y tratar de cambiar los patriotas de hojalatas, forjado a lo largo del tiempo, por patriotas verdaderos. Un patriota de hojalatas es aquel que no quiere crecer como ciudadano, y que al igual que el protagonista de la novela de Hunter Gras “El Tambor de Hojalatas” no quiere crecer y hacerse adulto. Un patriota verdadero es aquel ciudadano maduro, que está en capacidad de asumir criterios inteligentes, mesurados, que estén en concordancia con el mejor interés nacional. Ese patriota no es emotivo ni actúa de una forma compulsiva.

El patriota de hojalatas vive en otro tiempo. Es chauvinista y etnocentrista. Por lo general tiene una muy mala opinión de negros y mulatos, y tal vez de gente de otrasa “razas”. Está en el siglo XIX y principios del XX. Es partidario de la teoría de las elites. Cree en la existencia de razas inferiores y superiores. Puede ser un entusiasta creyente en Gobineau y Chamberlain, que fueron personajes partidarios de que la raza aria era una raza superior a todas las demás en el mundo. Hitler también lo creyó. Claro está ese patriota de hojalatas, con frecuencia gran bocón de su patriotismo, vive dentro de una realidad matizada por la incoherencia porque tiene dos vidas paralelas: la de su mente (que involucra lo emocional), y la de la realidad que lo circunda. Pero si te conviertes en un Carlos Esteban Deivi, y le preguntas ¿y tu abuela dónde está? Probablemente es de origen africano o descienda de negros o mulatos.
La solución frente Haití no es ni la fusión ni el divorcio; sino la convivencia pacífica y constructiva; pero sobre toda las cosas debemos hacer todo cuanto esté a nuestro alcance para que Haití pueda alcanzar la ncesaria estabilización política que le permita avanzar en términos económicos y sociales que hagan posible el crecimiento económico, un aumento de su Producto Interno Bruto (PIB), que haya redistribución de la riqueza y ese país trille el camino del desarrollo. Así aumentará su índice de desarrollo humano y un poco de bienestar se convertirá en freno seguro para la inmigración. Esa es la clave.
Los dominicanos no tenemos la culpa de la azarosa historia del pueblo haitiano, y mucho menos de su estado actual. Antes bien, hemos sido solidarios con ellos siempre.Pero es el vecino que nos ha legado la Historia y no es posible partir la isla en dos, por lo que por razones geopolíticas estamos obligados a coexistir juntos. La buena vecindad es una obligación. Lo contrario sería dar cabezazos contra las paredes. Y esa sería la conducta de un demente.

Asumamos una conducta inteligente, de patriotas auténticos, y no la del patriota de hojalata, que actúa de forma inmadura, como un niño tonto, y sus propuestas solo agravan el problema..

Notas:


[1] Henríquez Grateraux, Federico “Peña Batlle y la Dominicanidad”, pág. 14, Editora Taller, 1996.
[2] Ídem

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