Joseph Hillstrom King es el hijo de Stephen King, pero sobre todo es Joe Hill, novelista, autor de cómics y Premio Eisner. Un tipo que regala una risa similar a una botella de champán: primero, se descorcha con una carcajada seca y gutural. Después, se rinde a un borboteo contagioso que rezuma honestidad. Es él mismo quien descubre su otra identidad: «Aquí soy Pepe Colina». Charlamos con él con motivo de su participación en el Festival Celsius232que se celebra en Avilés, con el apoyo del Espacio Fundación Telefónica.
Hay dos preguntas que siempre le hacen a tu padre, de una manera casi obsesiva —«¿De dónde sacas esas ideas?» y «¿No te asustas a ti mismo?»— hasta tal punto que él mismo parodia la situación en relatos como «El virus de la carretera viaja hacia el norte». Se toma con humor llevar más de cuarenta años contestando lo mismo…
Sí, se lo toma con mucho humor. En esas situaciones la broma que más le gusta hacer se la robó a Robert Bloch:«La gente piensa que debo ser una persona muy extraña. No es correcto. Tengo el corazón de un niño… Está en un frasco de vidrio en mi escritorio», dice. Esa es la respuesta clásica desde… ¿hace cincuenta años, probablemente?
Pero, ¿y a ti? ¿Cuáles son las preguntas típicas tópicas que te hacen siempre? ¿Se parecen a esas?
Es una dura pregunta para empezar, porque yo nunca me he hecho esta pregunta a mí mismo. Realmente no lo sé. Tengo una imaginación de cómic, crecí leyendo cinco cómics al día. Mi padre tenía esos de terror de los cincuenta, Tales From the Crypt —que después adaptaron maravillosamente en HBO— y eran tan horrible, tan gore, tan oscuros y perturbadores, les divertía tanto asustar a la gente… El Gobierno americano incluso amenazó con perseguirlos y penalizarlos, aunque al final no fueron tan lejos. Los leí en una edad muy impresionable. Creo que de ellos saqué la inspiración de lo que quería hacer, los leía y releía, y seguía dando vueltas a las historias en mi cabeza durante días. Definitivamente influyeron en mi manera de escribir. No es en absoluto accidental que mi primer éxito como escritor fue con los cómic de Marvel, antes de que fuera novelista, o tuviera cualquier tipo de fama. Mi gran triunfo fue escribir trece páginas de Spider-Man para Marvel.
¿Basado en las historias que os contaba tu padre sobre Spider-Man antes de dormir?
[Risas] Sí, eso lo hacía sobre todo cuando estábamos de vacaciones. Jay Leno tiene una broma sobre ello: «Stephen King les dice a sus hijos “Ey, niños, ¿queréis que os cuente una historia para iros a la cama?” Y los niños contestan “noooo”» [Risas]. Es una broma graciosa, pero en realidad no es cierta. Todos amábamos las historias que nos contaba mi padre cuando nos metía en la cama, y utilizaba a Spider-Man porque era nuestro personaje favorito y entendió que no podía matarle. Si le amenazaba con la muerte sabíamos que no había nada que temer, porque irremediablemente iba a sobrevivir. Así que, en lugar de eso, creaba suspense haciendo que Spider-Man se humillase de mil formas distintas. Recuerdo que en una de esas historias Spider-Man engullía una comida terrible, un perrito caliente en mal estado o algo así, y le hacía daño al estómago, tenía retortijones. Pero claro, era Spider-Man, así que acababa metido en una lucha contra algún villano, que le daba puñetazos en el estómago y él se retorcía de dolor… hasta que se cagaba dentro del traje. Y yo y mi hermana gritábamos «Noooooo», incapaces de creer el horror absoluto que suponía ver a Spider-Man cagándose dentro del traje. Veinticinco o treinta años después de eso escribí mi propia historia para Marvel, y no es ni de lejos tan buena como aquellas. Si alguna vez tengo la oportunidad, otra oportunidad, de escribir una historia de Spider-Man, lo primero que haré es que se cague dentro del traje. Definitivamente.
Toda una declaración de intenciones.
Lo es. Si Marvel me contrata de nuevo y me deja, lo haré. Si no me deja que incluya eso, no escribiré el cómic.
¿Y qué harás con los personajes femeninos?
Con Mary Jane… Déjame decir algo primero: vosotros aún no la habéis visto, pero al mismo tiempo que estamos haciendo esta entrevista, Spider-Man Homecoming se ha estrenado en Estados Unidos. Y una de las cosas que más me han sorprendido de este nuevo Spider-Man es lo geniales que son los personajes femeninos. Este ha sido un año muy bueno, quizá un par de años, para la representación de la mujer en la ciencia ficción. Tenemos a Rey en Star Wars, Furiosa en Mad Max, Jyn Erso en Rogue One… Y Wonder Woman es posiblemente una de las mejores películas de superhéroes, y eso que hemos tenido fantásticas historias de superhéroes. Pero de todas formas, yo fundamentalmente escribo ficción de terror, cosas de miedo. Y este campo nunca ha tenido problemas creando personajes de mujeres fuertes, es una cuestión de la ciencia ficción y de ciertos tipos de fantasía. Como alguien señaló, hablando sobre esto, ni El Hobbit ni los tres libros de El señor de los anillos tienen ni un solo personaje femenino, y en el caso de que lo haya, solo existían para complementar la historia de los personajes masculinos. El terror habitualmente sí tiene personajes femeninos que son la clave para la historia, y eso se remonta… a hace muchísimo. Shirley Jackson escribió The haunting of hill house en los cuarenta, con mujeres teniendo el papel clave de la historia…
Sí, pero hay algo curioso, por ejemplo, en tu libro. Juzgándolo por la portada y el título en inglés (The Fireman) invita a pensar que el protagonista es un hombre. Pero luego no es así: la verdadera protagonista de la historia es Harper. ¿La confusión es algo intencionado?
¿Prefieres Fuego a The Fireman?
No, en realidad no. Me gusta The Fireman [Risas]. El motivo de titularlo así, aunque Harper sea la protagonista, es que The Fireman se convierte en una figura central de su vida, más que su compañero. Ella entiende que es muy poderoso y que puede darle fuerzas, aunque no es un personaje principal, no de una manera romántica. Además creo que cuando leemos historias de suspense generalmente anticipamos el liderazgo masculino, y me gusta socavar las expectativas. Tienes esta figura superheróica, The Fireman, que cuando el virus se propaga haciendo que la gente entre en combustión espontánea él por sí mismo aprende como controlarlo. No solo para no morir, sino que también ha aprendido a usar enfermedad como una especie de arma para proteger a los enfermos. Y me gusta que el lector asuma que es una historia sobre él, y luego descubra que es un personaje secundario de la historia de Harper.
Como en Mad Max: Fury Road.
Eso. Es un poco como Max convirtiéndose en el «second banana» de Furiosa. Así que The Fireman es como el psíquico de la historia.
Dices que para ti, antes que el argumento de la historia, están los personajes. Que es por ahí donde empiezas a construir el relato.
Sí. Alguien me preguntó hace poco qué pensaba de los críticos literarios que descartan libros porque están muy centrados en el argumento, y esperaban que yo mismo atacara a los críticos. Pero creo que tienen razón, estoy de acuerdo con ellos. No estoy demasiado interesado en historias por su argumento, que invierten mucho en él. No me importan las ideas ingeniosas o inteligentes, me importan los seres humanos. Y un buen argumento es solo un motor para ir revelando a los personajes, por qué se preocupan, por qué luchan, lo que les importa. Queremos saber lo que es importante para otras personas, y las historias de suspense nos permiten descubrirlo. Es como saber qué te llevarías de un edificio en llamas, o cómo abordarías una situación así: ¿ayudarías a la mujer de la puerta de al lado, para saber si está bien, o usarías las escaleras directamente? ¿Cogerías al gato o tu portátil? Eso son cosas que descubrimos con el suspense, qué le importa a la gente, a lo que tienen más afecto, lo que aman. Si escribo una historia necesito crear un personaje que me rete, que tome decisiones interesantes, creíbles, pero interesantes. Me interesan las reacciones inesperadas. Casi todos mis libros conllevan algún tipo de misterio, pero el misterio nunca es ¿quién lo hizo? sino ¿quién es esta persona? Y te lleva quinientas páginas descubrirlo.
Eso es quizás lo más llamativo de Nos4a2, donde sabes perfectamente quién es el malo del relato, y aun así la niña resulta más misteriosa.
Amé escribir el personaje de Vic McQueen, gracias por eso. Ahora mismo están haciendo una adaptación para la AMC, y he leído el guion del piloto que ha hecho Jami O’Brien, que es brillante. De hecho, creo que ese guion debería incluirse en los libros de texto para enseñar cómo se adapta un libro a un guion. Espero que continúen con el proyecto, porque tiene una pinta magnífica. Es un gran inicio.
No es el único proyecto que tienes de adaptación. The Fireman también está en ello, pero no entiendo muy bien qué ocurrió aquello de adaptar tu cómic de Locke & Key. Porque llegó a rodarse el piloto hace unos años, ¿no?
En 2011 se rodó un piloto para Fox. Lo dirigió Mark Romanek —el de Nunca me abandones— y lo escribió Josh Friedman —autor de Terminator: The Sarah Connor Chronicles— y fue un gran trabajo. Pero fue como el juego de las sillas, que no había muchas oportunidades de estrenarla. Fox emite cuatro pilotos de cuatro series, pero luego solo se queda con una. Y en este caso éramos nosotros contra Alcatraz, que fue la elegida por encima de Locke & Key. No porque Fox pensara que era mejor, sino porque J. J. Abrahams producía la serie, y existía ese sentimiento de que nada podía ir mal con él a bordo. Así que Locke & Key nunca ocurrió, la emitimos en la Comic Con de San Diego y eso fue el final de todo. Ahora mismo estamos dándonos otra oportunidad: Hulu está desarrollando la serie para televisión, y yo mismo me he encargado del guion del piloto. Lo dirigirá el maravilloso director argentino Andrés Muschietti, que dirigió Mamá y también dirigirá la adaptación de It del libro de mi padre. He visto algunas escenas y creo que es de las cuatro o cinco películas más aterradoras que he visto. Brillante.
Locke & Key es un cómic orgullosa y abiertamente lovecraftiano. ¿Qué te parece que su figura se haya convertido en los últimos tiempos en una especie de icono pop? Antes no había manera de hacerse con tal cantidad de peluches de Cthulhu.
Es cierto, se ha popularizado muchísimo. Creo que parte del poder de Lovecraft es que inventó una idea muy moderna de horror, en el que la humanidad es pequeña, es una mota de polvo en mitad de un vasto universo lleno de fuerzas mucho más poderosas. Al contrario de lo que vemos en la Biblia esas fuerzas poderosas están ahí fuera y ni siquiera las conocemos bien, como los dioses antiguos como Azathoth. Tenía ideas muy poderosas, pero era un terrible escritor, y un racista. Creo que su racismo era una de las formas en las que manifestaba su enfermedad mental, estaba aterrado por las personas. Por eso se asustaba de otras razas, o de las mujeres. En realidad, no estoy seguro de si Lovecraft se sentía a gusto con alguien, creo que estaba mentalmente enfermo, tenía miedo de salir de su casa, de ser tocado por otras personas, miedo a la intimidad… Y como mucha otra gente que está perturbada emocionalmente, encontró la forma de coger lo más problemático que tienen en ellos y hacerlo arte.
Como la frase de Carrie Fisher: «Take your broken heart and make it into art».
Exacto. Aunque en este caso yo creo que es más «Coge ese cubo de gusanos que tienes en la cabeza y conviértelos en arte» [Risas]. Pero bueno, aunque mi cómic estuviera ubicado en Lovecraft, Massachusetts, en la serie de televisión lo he cambiado por Matheson, Massachusetts, porque ya honré a un escritor en el cómic y quería honrar a otro en la televisión. No es el único cambio que he hecho, hay bastantes cosas que he reinventado para la serie. Porque quería darle a la gente la historia que aman, pero también que quien hubiera leído el cómic no estuviera demasiado cómodo.
Hace tiempo dijiste que podrías renunciar a las tramas sobrenaturales pero jamás al suspense. ¿Sigues pensándolo?
Lo cierto es que sí. Nunca he acabado de leer un libro que no tuviera suspense. No tiene que ser de terror, no tiene que ser de fantasía, pero cualquier historia tiene que tenerlo. «Suspense» es la palabra que utilizamos para nombrar el sentimiento que te hace continuar pasando las páginas. Y si no tienes razones para pasar la página, abandonas el libro. Así que cualquier escritor que escriba ficción está en el negocio del suspense, lo admita o no. El hecho de que escriba sobre temas relacionados con el miedo refleja mi inseguridad. Siento que si no mantengo el suspense, si no doy todo lo que tengo, los lectores se irán a ver algo en Netflix. Tengo que competir con Netflix, con Hulu, con YouTube… Así que la única esperanza de sobrevivir es darle a la gente razones para seguir pasando las páginas. Y es algo que me preocupa en cada párrafo, en cada página, en cada momento.
¿Te preocupa que la gente deje de leer? No como escritor.
No me preocupa que la gente deje de leer libros. Leer libros por placer ha sido algo que solo un porcentaje muy pequeño de la gente hace. Siempre ha sido como una extraña adicción, pero muy de nicho. Lo que ocurre es que precisamente es esa adicción la que ha hecho que esa gente después se lanzara a hacer películas, series, y videojuegos… La literatura sigue siendo el origen nuclear, el poder real del entretenimiento. Creo que a la gente le seguirán importando los libros, los cómic, novelas e historias cortas, incluso en un mundo con cuatrocientas cincuenta nuevas series de televisión cada año. Y un centenar de películas.
A veces siento que estamos sobreentretenidos. Que hay mucho entretenimiento, y nada nos afecta realmente. Pero después veo esta serie de televisión, Victorian baker, que es mi zona de confort. Me gusta ver programas de cocina cuando estoy soñoliento, los pongo y es como una maravillosa taza de té o algo así. Me da confianza. Así que veo esa serie, que habla sobra la vida de los panaderos en 1830.
¿Vestidos de época?
Oh, sí. Todos con esos trajes maravillosos, los reproducen tal cual eran. Y ves sus vidas, con ese trabajo tan asqueroso, quince horas al día, en un horno asfixiante, trabajando sobre las masas sin equipamiento, sin herramientas, sin ingredientes modernos… Y esas eran las vidas de esas personas, pasaban quince horas al día, todos los días, siete días a la semana, y el único descanso que tenían era cuando iban a la iglesia el domingo por la mañana. Y ninguno de ellos tenía Netflix, ni libros, porque no sabían leer. Y tampoco es que hubiera ocasión de que aprendieran, porque no tenían tiempo para coger un libro. Era solo trabajo hasta que desfallecías a las diez de la noche, con una alimentación terrible y un trabajo extenuante. No había distracciones digitales, ni distracciones en absoluto. Así que compara la amargura de las vidas de la gente de solo hace cuatro generaciones, que no es tanto. Hemos vivido de esa manera ciento cincuenta años atrás. Y comparado con eso, quizá sí que estamos distraídos.
Me gustaría hablar de la conexión del humor y el terror, quizás dos de los géneros más denostados por la crítica literaria. Alguien te preguntó hace tiempo que de dónde sacas la inspiración para cada nueva historia y contestaste: «De una broma». ¿Es el humor la base del terror?
El humor y el terror son hermanos gemelos. ¿Tenéis aquí el show de The Three Stooges? Cuando vemos a Larry golpeando a Moe con un martillo nos reímos, porque es gracioso. Y cuando vemos a Leatherface golpeando a alguien también con un martillo, con la sangre brotando, gritamos y nos cubrimos los ojos. Fundamentalmente ambas son la misma escena, porque ha ocurrido lo mismo. Activan la misma parte de nuestro cerebro, lo que ocurre es que el mono que hay dentro de nosotros responde así a ante ese tipo de violencia.
Cuando era un niño de once o doce años, tenía amigos que se suscribían a revistas de deportes, Sport Illustrated; los que amaban el rock se suscribían a The Rolling Stone. Yo me suscribía a la revista Fangoria. La amaba. Estaba dedicada al terror, al trabajo que hacían estos tres tipos en los efectos especiales, Tom Savini, Stan Winston y Rob Bottin, a los que adoraba. Ellos, profesionales de los efectos de caracterización, cuando hablaban de cómo hacer que un alien saliera del pecho de alguien, lo llamaban hacer un «gag». Que es otra palabra para «broma», y también algo que te ocurre cuando estás enfermo que te «atragantas», es otra acepción. Para mí está todo conectado. Humor, repugnancia, hilaridad. Piensa en cuántas bromas existen sobre tirarse pedos, sobre la pérdida de control de tu propio cuerpo, ahí es gracioso. Pero si ves a Jeff Goldblum en La mosca, cuando se le cae la piel a tiras, también supone la pérdida de control de tu propio cuerpo, y ahí es grotesco.
Creo que si algo te hace reír o tener miedo estás ante el embrión de una buena historia. En el segundo que un personaje te hace reír, es que te importa. Y cuando está en peligro, respondes con miedo, te sientes comprometido con lo que le ocurra. En los noventa, las películas slasher eran superpopulares, tenías las secuelas de Pesadilla en Elm Street, Viernes 13, Halloween… Muchas de ellas eran películas de terror bastante malas, pero muy buenas comedias de payasadas. No eran aterradoras pero eran muy graciosas. Y la gente no se daba cuenta de ello entonces, porque había grupos de padres que protestaban por que sus hijos se vieran expuestos a este tipo de películas, estaban muy molestos. No se daban cuenta de que casi todos ellos iban al cine para reírse. No puedes preocuparte por los personajes en estas películas porque todo era demencial. Tienes a la cheerleader, al empollón, al fumeta… El único personaje interesante era Freddy Krueger, porque le rodeaba el misterio, era más complejo. Como el de Michael Myers o Jason Voorhees, todos tenían historia detrás. Así que en lugar de estar asustados por lo que les ocurría a los supuestos héroes, en realidad te arrastraban a querer ver a Freddy Krueger cargándose a gente. Por cierto, creo que las películas de Elm Street, en general, sí eran buenas películas. No todas, pero Wes Craven fue magnífico con ellas.
Ya que hemos mencionado la denostación del género por el canon cultural, hemos traído algo que nos gustaría que leyeras: un artículo que Santiago Roncagliolo escribió hace unos años, la semana antes de conocerse el Premio Nobel. Te lo hemos traducido al inglés, a ver qué piensas.
[Coge el folio y señala una frase: «La mayoría de esnobs que desprecian a Stephen King no lo conocen. Lo detestan porque no lo han leído, y no lo han leído porque lo detestan» y exclama] ¡AH! ¡Estoy de acuerdo! [continúa leyendo]. Estoy con él, tiene toda la razón. Me encanta lo que dice y cómo lo dice, voy a darle el artículo a mi padre, va a alucinar. También estoy de acuerdo con lo que dice sobre las armas —«El concepto fundamental de la cultura americana es el terror. Decenas de miles de personas mueren cada año por arma de fuego, pero la población se niega a controlar las armas, porque temen se quede con la suya justo el psicópata de su vecindario»—. Es adorable. Muchísimas gracias, de verdad.
Queríamos que lo leyeras como una excusa para hablar de la desconexión que existe, que siempre ha existido, entre la alta cultura y la llamada baja cultura, o cultura popular. Sobre todo porque tú te desenvuelves en un género similar al de tu padre, y no sé si has sentido que se te consideraba un escritor menor por escribir sobre horror.
Para empezar, creo que el comité del Nobel ahora mismo es reacio a dar el premio a un americano. Estoy pensando como decir esto sin ser demasiado insultante. Creo que mi padre, Stephen King, merecía más el Premio Nobel que Bob Dylan, y eso que amo a Bob Dylan y pienso que es un artista tremendo. Pero creo que mi padre, por la naturaleza de su trabajo, que retrata el tiempo en el que vivimos, debería estar al mismo nivel que John Steinbeck, o Faulkner o Mark Twain. La carrera de mi padre va para cuarenta años, y abarca muchos ámbitos y muchas épocas. Carrie, su primera novela, fue un gran trabajo, pero no es ni un tercio de buena que 11/22/63 de hace cuatro años, que es una grandísima reflexión sobre Norteamérica.
Lo más escalofriante es que también es válida para la Norteamérica de hoy.
Exacto. Nada ha cambiado demasiado, si miras a Trump, y Trump es Norteamérica, piensas: ese e país del que escribía mi padre, la Norteamérica racista e ignorante de los sesenta es aún nuestra Norteamérica hoy. Es el mismo país, nada ha cambiado. Y Under the dome es un maravilloso libro sobre gente que queda atrapada en un ambiente pequeño, asfixiante, sin ningún cuidado de que pueden destruirse entre ellos. Under the dome sucede en un pequeño pueblo, pero todos estamos bajo esa misma cúpula. El mundo completo lo está. Son novelas con ideas muy poderosas, pero no creo que a mi padre le preocupe ya mucho la consideración que hagan de ellas. Cuando empezó sí que era más despreciado por la crítica porque era un escritor popular, pero creo que en los últimos diez o quince años ha habido un cambio bastante grande, incluso le han otorgado el National Book Award. Y el comité del Nobel es reacio a dar más premios a escritores norteamericanos desde hace décadas. Dylan ha sido el primero en llevar el premio a Estados Unidos en mucho tiempo. Lo cual está bien para los propios escritores norteamericanos, porque hay otro mundo ahí fuera, con un montón de escritores geniales. Así que el Comité del Nobel está claramente tratando de hacer que los norteamericanos no nos miremos el ombligo, y no sé. Hemos hecho muchas cosas buenas, pero a mucha gente seguimos sin gustarles, estamos en esa especia de lucha [Risas]. Si el Comité del Nobel quisiera dar un premio a un gran fabulador americano, alguien que es capaz de reescribir una ficción tras otra, podrían dárselo a Trump.
De hecho tu padre ha sido honrado con ser bloqueado por Trump en Twitter.
¡Sí! Tan pronto como me enteré de que Trump había bloqueado a mi padre le escribí un mensaje que decía: «Nunca he estado tan orgulloso de ti. Es tu mayor logro hasta la fecha como escritor». De verdad.
Sueles decir que no te gusta hablar de política, que ni siquiera te sientes interesado por ella. Pero ¿Trump ha cambiado eso? ¿Sientes que ahora sí hay una necesidad de hablar y concienciar más sobre ello?
No, no es que haya cambiado. Yo estoy contento de compartir mis opiniones políticas con cualquiera que me escuche, incluso con gente que no quiera escucharlas. Pero he estado en retirada de las redes sociales, porque son tremendamente insanas. Creo que Twitter, por ejemplo, es un lugar para ejecutar y despreciar, se trata de rodearte de gente que piensa igual que tú. Cuando dices algo desagradable de los del otro lado, los que están del tuyo le dan a me gusta y lo retuitean. Y sientes como que estás ganando puntos, como que eres el ganador. Soy progresista, de izquierdas, soy votante de Obama y de Hilary, pero no me gusta ver en Twitter a la gente que cree en lo que yo creo. ¿Qué hay del otro lado? Porque si nos rodeamos solo de nosotros, los que estamos en la misma línea, nos estamos retrayendo y evitando mirar a la gente que tiene diferentes puntos de vista, para discutir o comprender. En lugar de eso, solo generamos rabia. Cada vez que entras en Twitter es más el reino de la rabia, un reino en llamas. En realidad, este es uno de los asuntos de los que trata The Fireman.
En la novela existe este virus llamado el dragonscale, cuando te contagias no puedes librarte, y no hay cura. Cuando te estresas empiezas a echar humo, y si no puedes controlar tu miedo, te incendias. Pero cuando estás en un grupo, y sientes la aprobación de grupo, sientes la felicidad, como si estuvieras drogado, una especie de subidón natural. De hecho pierdes tu habilidad de pensar como individuo, tu individualidad se deshace y te conviertes en una especie de animal salvaje. Y a la larga eso lleva a algunos a acabar también estallando en llamas. Creo que eso es algo parecido a lo que pasa en las redes sociales. Tienes ese firme mandato de que es «nosotros contra ellos», nuestra tribu contra la suya. Nadie entiende al otro lado, que siempre son monstruos ignorantes, salvajes, crueles, estúpidos, y solo nosotros entendemos el mundo. Cada vez que miras alrededor, alguien está dispuesto a reafirmar tu odio. Y creo que eso es tremendamente insano, es tóxico para la sociedad. No quiero ser parte de eso nunca más, así que he dejado de usar Twitter, y nunca he usado Facebook.
Otra cosa, además, es que cuando escribo una historia no quiero hacer caso a lo que dicen mis encuestas, quiero tener la libertad de equivocarme. Quiero ser un individuo que escribe sus propias historias lo mejor que puede, las pone enfrente de un público con todas sus cualidades y todos sus fallos. Y hay cosas que pienso que son estúpidas, o cortas de vista, para que el lector pueda decirlo, pueda señalar lo que le gusta y lo que no. Amo eso. Eso es parte de mi trabajo, crear y poner comida en la mesa, y que la gente venga y diga qué sabe bien y qué no. Y todos tenemos gustos diferentes, pero las redes sociales enseñan a la gente a no ser tolerantes con otros gustos. A no aceptar que a alguien puede gustarle algo que tú odias, y que además eso no les hace necesariamente malos, o estúpidos e inútiles. Si a uno le gusta Nickelback y a otro no le gusta Arcade Fire, es posible que al que le gusta Nickelback te recoja si te atrapa una tormenta de nieve, y la persona que le gusta Arcade Fire simplemente seguiría conduciendo. No sabes nada de su calidad humana basándote solo en la música que escucha o las series que le gusta ver.
Y además de lo de las redes sociales, ¿no hay algo de metáfora política colectivista en The Fireman?
Sí, por otro lado está eso, es otro de los elementos. El apocalipsis zombi es muy popular ahora mismo, está The Walking Dead y millones de películas de zombis alrededor del mundo, y me gustan algunas de ellas. Especialmente las de George Romero. Pero cuando miras The Walking Dead, la historia que cuenta trata de un pequeño grupo de gente que construyen muros para protegerse del mundo infectado e infestado de gente que tiene ese virus mortal, son desagradables y no pueden ser salvados. Lo único que puedes hacer es dispararles en la cabeza. No puedes dejarles que te toquen, ni que estén cerca, no hay razón para sentir ninguna lástima por ellos, porque han convertido esto en un infierno y tienen que ser destruido. Ese es el estado mental de Estados Unidos ahora mismo: describe nuestro miedo a los musulmanes, a los inmigrantes, a las mujeres… Y yo no me siento así, quiero estar del lado de los enfermos, no de los saludables. Así que escribí una historia que convirtiera en héroes a las personas del otro lado del mundo. Que los héroes sean los zombis, no la gente que mata a los zombis. Y creo que sería muy fácil revisar el libro, y coger a mi villano, Jacob, que está tratando de matar a tantos infectados como pueda, y convertirlo en el héroe. Así es el héroe de The Walking Dead. Así que no es una novela libre de ideas políticas, eso es cierto, pero si quiero mostrar mis ideas políticas prefiero hacerlo en mis libros que hacerlo en Twitter, porque no quiero escuchar a un montón de gente diciendo cuánta razón tengo. Prefiero tener conversaciones sobre los personajes, sobre la historia, accionar la maquinaria que hace que funcione el mundo cultural, mucho más que decir algo en ciento cuarenta caracteres y recibir likespara engordar mi ego.
Pero tienes razón en que Trump ha cambiado un poco estos impulsos. Las redes sociales se han llenado de gente que cree que tienen permiso para decir sandeces sobre mujeres, musulmanes, latinos… Y Twitter puede ser usado para perpetrar asaltos. Te topas con alguien con quien no estás de acuerdo, y le acosas, encuentras su dirección, la dirección de sus padres, llamas a sus padres en mitad de la noche para asustarlos… Hemos visto eso una y otra vez. Para mí, mi comunidad literaria está más en Londres, donde están la mayoría de mis amigos y mis conexiones emocionales ahora mismo. Y la noche del ataque al London Bridge fui a Twitter, y había millones de personas que no tenían ninguna razón para pensar que alguien que amaban estaba ahí, en peligro. Así que me puse ansioso, y puse las noticias, y vi el hashtag que usaban para informar de ello. Y lo encontré plagado de trolls gritones, diciendo cosas como «esto es lo que pasa cuando dices que el islam no es violento» o estupideces relacionadas con los refugiados. También estaban los que decían que todo eso lo había provocado la política norteamericana de los últimos veinte años en Oriente Medio; o que eso era lo que ocurría cuando «the chickens come home to roost», o lo que sea. Solo quería saber si la gente estaba bien, quería descubrir si la situación estaba bajo control, quién había muerto, quién vivía, y qué era lo que sabíamos por el momento. Ya nos atizaremos políticamente mañana, pero esa noche permaneced juntos y desead lo mejor… y en lugar de apoyarse, la gente estaba despreciándose. No quiero volver a ver eso. Mirar las redes sociales me hace ver lo más bajo del ser humano. Y cuando veo arte, con una película, con un libro, me hace amar a la humanidad, y querer pasar más tiempo rodeado de libros, músicas y películas; y menos en las redes sociales contemplando lo peor que los humanos tenemos para ofrecer.
Cambiamos de tercio, o no tanto. Tu padre tiene esta frase maravillosa de «Life isn’t a support system for art. It’s the other way around».
Sí, estoy completamente de acuerdo con ella. En realidad, la mayor parte del tiempo estoy de acuerdo con él. Normalmente él lo dijo antes y lo dijo mejor [Ríe]. Un montón de escritores o gente creativa creen que el objetivo de sus vidas es crear arte, y que el objetivo de sus vidas es vivir una vida que apoye el arte. Pero eso no es el final, eso no debería ser lo único en lo que debas focalizar tu vida. Pueden ser los cimientos que aguanten el resto de la estructura, pero no lo es todo.
Él llegó a esa conclusión después de hacer precisamente eso, obsesionarse con la creación hasta un punto límite.
Sí, porque si eres un escritor y pasas seis horas al día escribiendo…
¿Seis?
Bueno, en realidad en términos de propiamente crear, son dos horas o dos horas y media al día, sentado ahí, para sacar siete páginas más o menos. Y hay otras muchas cosas que tienen que hacerse, y ese es el trabajo real. Por otro lado, la gente va la oficina, y según los estudios hacen turnos de nueve a cinco, pero realmente trabajan tres horas.
Estás hablando indirectamente de España, no importa.
[Ríe] No, no, hablo en general. Pasa en todo el mundo. Pero eso refleja lo que mi padre trataba de decir, que el trabajo debe ser una parte de tu vida, no toda tu vida.
Una pregunta que puede parecer estúpida: ¿tu mesa de trabajo está en el centro de la sala o en una esquina?
En una esquina.
Lo pregunto porque queríamos enseñarte este pequeño cómic, del dibujante argentino Bernardo Erlich, inspirado por la frase de tu padre. Y también sales tú.
[Coge el teléfono con curiosidad] ¡Qué maravilla! [Ríe] Me encanta, de verdad. Es un gran cómic. Además es alucinante lo bien retratada que está mi madre también. [Nos enseña una fotografía de Instagram de su madre]
Es cierto, se parece muchísimo. Tabitha, además de escribir, ¿no merecería un libro sobre ella misma? Resulta alguien muy interesante, y muy misteriosa. Como una presencia en vuestra escritura.
Hay un libro buenísimo, que no sé si se ha traducido al español, llamado The power of two de Joshua Wolf Shenk sobre la creación colaborativa. Habla de estas parejas creadoras, como Lennon–McCartney, o Vincent van Gogh y su hermano Theo… Y creo que en muchos sentidos mi madre y mi padre son una pareja creadora. Mi madre aporta la sensibilidad, ideas interesantes, preocupaciones… En el sitio en que crecí había una valla en la parte trasera del parque, donde crecía un árbol que se enroscaba alrededor de la valla. El árbol caía alrededor de ella y sostenía la valla. Se sujetaban mutuamente. Y eso es lo que son mi padre y mi madre.
De hecho tu madre te ha ayudado en el tema de la micología para escribir este libro.
Sí, sí, muchísimo. Mi madre ha sido una obsesa de la naturaleza y los hongos durante mucho tiempo. Iba al bosque y traía hongos para cocinar, estudiaba sus propiedades. Todavía no ha matado a nadie, todos seguimos vivos [Risas]. Todos mis libros antes de The Fireman eran thrillers sobrenaturales, y este es más ciencia ficción aterradora. Y todo el tema del dragonscale, todo lo que he escrito sobre eso, existe en la naturaleza, de una manera u otra. No hay ninguna espora que haga que entres en combustión espontánea, pero sí hay otras que afectan al cerebro humano y hacen que puedas creerlo, o que si las tocas y entran en contacto con fósforos puedes acabar en llamas. Mi método de transmisión, que se descubre en cierto momento del libro y explica el contagio, se basa en los conocimientos de micología de mi madre. Ella siempre habla de eso, y en algún momento pensé «tengo que incluirlo en un libro». Y mi padre estaba molesto, porque él nunca había pensado en usar esporas en sus historias, porque ella le dijo que eso quedaba fuera del límite. Y luego llego yo, que nunca había hecho ese trato con ella, y lo hago. Y encima ella se vuelca conmigo, pero qué va a hacer ¡es mi madre! Pero volviendo al tema del espacio de trabajo, y ese cómic magnífico que me has enseñado…
Eso. Dices que tu oficina, tu espacio de creación, es como la head key de Lock & Key.
Justo. Además de trabajar en una esquina, como mi padre, tengo una maravillosa oficina que es como el reflejo de mi propia imaginación. Tengo las portadas de todos los libros que me encantan en grandes pósteres, pero ninguno de mis propios libros. Tengo una estantería en el suelo, con una portada firmada de The Thousand Autumns of Jacob de Zoet, de David Mitchell.
¿Cuánto pides por ella?
[Ríe] No, no está a la venta. Él estuvo en España en el Festival Celsius el año pasado, y ese fue el motivo de que yo viniera este año «si va David Mitchell tiene que ser la leche», pensé. Y así es. Tuve la oportunidad de conocerle en un evento en Boston hace un par de años, cené con él y como escritor fue uno de los momentos más felices de mi vida.
¿Pudiste controlar a tu fanboy interno ?
Luché mucho para conseguirlo, no lo niego. No quería llorar sobre él y abrazarle y todo eso… Sabía que si le abrazaba no le soltaría y resultaría algo incómodo, así que me controlé. Además tuve la oportunidad de presentarle en este evento, y me hizo realmente feliz. Y durante la sesión de preguntas y respuestas con el público, yo era el encargado de llevar el micrófono. Como fan, no pude estar más excitado por eso.
¿Pudiste controlar a tu fanboy interno ?
Luché mucho para conseguirlo, no lo niego. No quería llorar sobre él y abrazarle y todo eso… Sabía que si le abrazaba no le soltaría y resultaría algo incómodo, así que me controlé. Además tuve la oportunidad de presentarle en este evento, y me hizo realmente feliz. Y durante la sesión de preguntas y respuestas con el público, yo era el encargado de llevar el micrófono. Como fan, no pude estar más excitado por eso.