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OPINIÓN: ¿Qué hacer con la valentía cuando no nos aceptan la cortesía?

Por: Samuel Ross

LO CORTÉS NO QUITA LO VALIENTE (Dr. Cassandro Fortuna Sánchez)

¿Qué hacer con la valentía cuando no nos aceptan la cortesía?

Lo cortés no quita lo valiente; excelente reflexión, la cual evoca a la manifestación colectiva, si se quiere, de un sentimiento mesurado, armonioso y sobre todo, libre de cualquier prejuicio. Tratándose del caso que nos ocupa, ser cortés sería el equivalente a demostrarle al gobierno haitiano, a su gente, que es posible la vida en sociedad si todos mantenemos los mismos niveles de cordialidad; es decir, haitianos y dominicanos de manera mutua. El recuento histórico que realiza formidablemente el doctor Cassandro Fortuna Sánchez, señala aspectos importantes sobre las relaciones dominico-haitianas y su génesis, aspectos que pocos han deseado escudriñar con inteligencia. Una historia infeliz sobre el trato que les correspondió recibir a los haitianos, de manos de los colonizadores y que, luego de liberados, no han sabido superarse, al punto que las luchas intestinas en el ámbito político y económico, forman parte de su folklore nacional, teniendo como producto final la inestabilidad y la ausencia de instituciones sólidas que den soporte al Estado como tal.


La lucha del pueblo haitiano por sobrevivir a su lamentable tragedia, ha sido incesante; el ir y venir de un presidente que entra y otro que sale; de un primer ministro que se adueña de las diligencias comerciales bilaterales y de otro que se niega a promoverlas. En fin, un estado fallido, como bien señala el doctor Fortuna Sánchez y como es la realidad actual. Luego de tenerlo todo y más tarde quedar sin nada, Haití es un pueblo que ha carecido de políticas claras sobre hacia dónde dirigir incluso la ayuda millonaria internacional en dólares y euros. Esta ayuda se queda, a la vista de todos, en manos de la clase política y el resultado es la estampida hacia esta parte de la Isla.

Haití es una realidad que como dominicanos nos ha tocado vivir, sólo que observamos que en modo alguno ese masacrado pueblo, desea conciliar; se muestra arrogante y con poder para avasallar. De manera circunstancial coloca en veda a la producción de la industria dominicana, misma que resulta más viable, más cercana, y sobre todo, más económica. Mientras que los buenos dominicanos prácticamente “se vuelven locos” al no saber qué hacer con los productos perecederos impedidos de entrar a suelo haitiano. La contraparte a esta situación es la porosidad existente en la franja fronteriza, caracterizada por el “dejar hacer, dejar pasar”, que indistintamente es puesta en práctica por la clase política y la militar además.

¿Qué hacer entonces ante ese escenario y sabiendo que Haití continuará por la eternidad siendo nuestro vecino? Poner las reglas claras, cueste lo que cueste, duélale a quien le duela. Regularizar a los que ya están aquí y que ciertamente califiquen para ello desde el punto de vista de la normativa migratoria legal. Los que no, lamentablemente deben ser repatriados. Así se hace en todo el mundo y nada pasa, la vida continúa. El ordenamiento territorial y migratorio es facultad de un Estado y como tal, República Dominicana debe hacer lo propio. Reforzar la frontera y dotarla de los elementos tecnológicos necesarios, sería lo ideal, además del recurso humano honesto, capaz y en disposición de defender el suelo patrio.

El elemento diplomático también debe jugar su rol y creemos que éste debe ser consistente, coherente y sistemático; debe ser uno de los eslabones principales de la política exterior del Estado dominicano, sin importar banderías políticas y dejando de lado los intereses particulares. En ese contexto, el canciller Navarro ha venido dando muestras de que aparte de todo, el diálogo, la concertación y el respeto a los tratados internacionales y sobre todo a la Ley Nacional, deben ser primordiales para compartir la mesa con sus iguales…!

*El autor es sociólogo con Maestría en Ciencias Sociales de la
Universidad de Costa Rica


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